Jesús Fonseca

EL BLOC DEL GACETILLERO

Jesús Fonseca

Periodista


El poeta en el jardín

15/10/2023

Qué sientes cuando desde tu casa te asomas a los jardines del Sanatorio del Rosario, que disfrutó Juan Ramón Jiménez los primeros años de este siglo, cuando una enfermedad mental le recluyó allí? La pregunta se la hace Antonio Pau a Eduardo García de Enterría. Y añade: ¿Sabes que desde 1929 hasta 1936, cuando recién iniciada la guerra civil abandona España para siempre, Juan Ramón siguió contemplando esos jardines desde su casa de Padilla, 38? Estamos hablando del jardín de Madrid de mayor carga literaria. Si te animas a ir, amable lector –algo que te aconsejo–, se encuentra situado en la calle Príncipe de Vergara, cerrado, y casi oculto, por una tapia de ladrillo de hierro. Sólo las copas de algunas acacias y castaños revelan exteriormente su existencia. Los años vividos por Juan Ramón en este Sanatorio del Rosario transcurren, para el poeta, entre el hedonismo y el misticismo; él mismo lo describió con pocas palabras: «sensualidad religiosa. Exaltación de los sentidos y, a la vez, aspiración descarnada de la pureza». Pues este jardín, cargado de esperas y esperanzas, marcó la vida de Juan Ramón Jiménez y las páginas de sus libros. Se trata de una hermosa historia que ahora rescata, con talento y buen pulso literario, el escritor y jurista Antonio Pau, Premio Internacional de Ensayo y Humanidades Ortega y Gasset y autor de valiosas obras de pensamiento y biografías. 'Juan Ramón Jiménez. El poeta en el jardín', engancha desde la primera página. La cosa sucedió así: en su primera juventud, Juan Ramón Jiménez, habitó a un lado de ese jardín; fueron los años en los que se instaló en el Sanatorio del Rosario, víctima de una depresión. Más tarde, ya en su madurez, vivió al otro lado del jardín, en la calle Padilla, en una casa con azotea en la que compuso gran parte de su obra poética. El libro de Pau, cuidadosamente editado por Trotta, con ilustraciones de Ángeles Echave-Sustaeta, relata lo que supuso, para su alma y para su obra, esa contemplación diaria del jardín de la que el poeta disfrutó a lo largo de 10 años. Cuenta Pau como, en el verano de 1903, las horas de silencio, el rumor de la fuente y la quietud del jardín se acaban. Empieza lo que Gullón llamó el año de gracia de Juan Ramón Jiménez, aunque tal vez fuera mejor llamarlo de la desgracia; el poeta se vuelca hacia fuera y comienza a desmoronarse su interior. La novedad de salones y alegres festejos va vaciando, poco a poco, su intimidad. Juan Ramón Jiménez se espanta de tanta vanidad y huye. Se debe a su obra y, no hay otro camino para alcanzarla que el de la soledad y el silencio. Vuelve a Moguer: «Nada para fuera, todo para los adentros». Don Juan Ramón, se lleva con él ese jardín cuyo florecer será eterno. Porque, aquel recinto de árboles y plantas, es un mundo que acompañará, hasta el último día, el corazón humedecido de melancolía del poeta.