Vadillo, el monte y las historias invitan a quedarse allí

A.P.L.
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En este pueblo, rodeado de monte, ya no quedan muchas casas típicas pinariegas. El ayuntamiento tiene tres de cuatro viviendas municipales disponibles para alquiler, una reformada a través del programa Rehabitare

Vadillo, el monte y las historias invitan a quedarse allí - Foto: E.G.M

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Vadillo

Desde que se toma el desvío en la N-234 hacia los Pinares Bajos atravesamos los extensos bosques que rodean al parque natural del Cañón del Río Lobos hacia el pueblo de Vadillo, contemplado un paisaje único en el que las nubes se agarran a las montañas. 

El bar López es el centro neurálgico y allí tomamos un café con algunos de los vecinos, que ahora son 87 pero que llegaron a ser hasta 200. Entre ellos se encuentra Javier Yagüe, de 28 años, que siempre ha vivido en el pueblo. Trabaja en el servicio de prevención de incendios de la Junta de Castilla y León y para una empresa de conservación de caminos en el monte, que es su gran pasión y su medio de vida. Estudió en el colegio del pueblo y luego estuvo en la Escuela de Capataces de Almazán para formarse en lo que realmente le gustaba. ¿Cuáles son las ventajas de vivir en Vadillo? «Todas, porque sales de trabajar y enseguida puedes coger la bici o hacer deporte, además de que la ciudad está cerca por si quieres algo de allí», nos dice. También acude al bar su hermano Miguel, de 21 años, que tiene la misma ocupación y que está encantado de vivir en el medio rural y en Pinares, es su seña de identidad. Quizás echa en falta más armonía entre los vecinos y dinero para hacer inversiones que merezcan la pena.

Aurelio López Vicente lleva «toda la vida» en el pueblo y, siguiendo la tradición familiar (como su abuela y sus padres), regentó el bar López hasta hace poco, cuando lo alquiló a un hijo del pueblo. «Cada vez hay menos gente y menos servicios», lamenta recordando, como dato indicativo, que en su infancia iban 50 chavales a la escuela (25 niños y 25 niñas, separados). ¿A qué se dedicaban? La mayoría al campo y al monte, algunos también resinando, y más tarde se empezó a tener vacas de leche y cerdos. Después, muchos fueron a trabajar a la planta de Norma en San Leonardo de Yagüe (llegó a haber hasta 15), localidad de referencia a la que acuden a hacer recados y conectados por buena carretera. Está orgulloso de que el negocio se haya mantenido durante tres generaciones y ahora tenga continuidad. «Hace años la gente se quedaba a dormir [en el bar], que también era tienda en la que teníamos un poco de todo», comenta. Lo que más le gusta del pueblo es la tranquilidad y el monte, como repiten muchos de los entrevistados. Ya jubilado, disfruta del tiempo libre, por ejemplo, recolectando setas, aunque es «un muy mal año» o echando la partida algún día del fin de semana. Aurelio insiste en que «si un pueblo tiene el bar se ve gente, si no, no ves a nadie». 

RELEVO EN EL BAR LÓPEZ. COMPROMISO CON EL PUEBLO

Eduardo Barrio, de 25 años, le ha tomado el relevo. El joven relata que sus abuelos eran de Fuentecantales pero se fueron a vivir a Vadillo, donde nacieron sus hijos. «Mi padre ha vivido aquí, después estuvo en Soria y ahora ha vuelto», mientras que él también estuvo «yendo y viniendo», de Soria, a El Royo y de nuevo en su pueblo para hacerse cargo de este negocio desde febrero. «Surgió la oportunidad y me quedé», comenta, aunque nunca ha trabajado en la hostelería está ilusionado. Principalmente acuden los vecinos y gente de paso, aunque también los huéspedes de las cuatro casas rurales que hay en la localidad, sin ser considerada tan turística como otras de la zona. 

De pronto entra Pedro Vicente, quien bromea diciendo que se vive «mal» allí, aunque luego lo corrige con un «ni bien ni mal». Sobre la mejor época de Vadillo, no duda en decir que el otoño, porque «es en la que mejor está». David Martínez Vicente y Raúl Rejas, el actual alcalde y el anterior (cumplieron el pacto de legislatura), comentan que esté año también se están viendo muchas autocaravanas, «quizás desde la pandemia», que aparcan en localidades cercanas, como San Leonardo y Navaleno.

Les preguntamos por los servicios y apuntan que los carniceros van cuatro días por semana, los panaderos seis, los congelados uno, el frutero cuatro y el pescatero dos. Nada mal. En sanidad, el médico iba antes tres días y ahora «cuando se le llama», mientras que la enfermera acude una vez por semana. Caja Rural está un día al mes.

Nos acercamos con ellos al Ayuntamiento, donde nos enseñan «el campanillo de Vadillo» que se usaba cuando había fuego o alguien se perdía para avisar a los vecinos. También lo tocaba el sacristán 30 minutos antes de misa, pero ahora no hay párroco de continuo.

Están orgullosos de su Ayuntamiento, con un espléndido reloj y «uno de los mejores de la comarca junto al de San Leonardo». Tiene adosado un gran frontón cubierto, con escenario incluido, aunque «ya no hay mucha afición» por la pelota a mano. Van repasando proyectos y David dice que está pendiente poner placas solares en el frontón, la pavimentación de algunas calles, la impermeabilización del depósito y mejorar la captación de agua. Por su parte, Raúl dice que le quedaron cosas por hacer.En Vadillo se han arreglado las escuelas, también con la instalación de placas solares, y el lavadero, instalando una pintura contra la violencia de género de Julita Romera (mujeres en el antiguo lavadero). Además, en el monte hay muchos refugios rehabilitados que pueden visitarse y hacer rutas senderistas en plena naturaleza.

En este pueblo, rodeado de monte, ya no quedan muchas casas típicas pinariegas. El ayuntamiento tiene tres  de cuatro viviendas municipales disponibles para alquiler, una reformada a través del programa Rehabitare. Quieren que lleguen familias al pueblo, cómo no, y «¡ojalá pudiéramos reabrir la escuela!». Además, hay buena cobertura y fibra óptica, lo que facilita el teletrabajo. En la casa de los maestros vive una familia con tres hijos, aunque no en edad escolar. 

La fuente, de más de cien años, es un elemento típico, nos dicen cuando pasamos por delante hacia la ermita de San Roque y la iglesia de la Natividad. Un agradable paseo entre casitas y prados durante el que nos explican que las fiestas de la patrona (la Natividad), «muy animadas», son el ocho de septiembre y en la comida popular se juntan más de 300 personas. Antes también las había en las Candelas, que ellos no conocieron porque se perdieron por la despoblación. Sí se sigue pingando el mayo, aunque cada vez son menos los mozos que participan y pierde popularidad, porque llegó a ser de importante como la fiesta grande.

EL ÚNICO AGRICULTOR Y GANADEROLA FALTA DE VECINOS, EL PROBLEMA

David es el único agricultor (trigo, cebada, avena, beza... en poca extensión) y ganadero (vacas de carne). «Ahora solo quedo yo y antes era todo el pueblo... Ayer estuve con mi hijo sembrando y le explicaba cosas como que antes se iba con el trigo por ese camino hacia El Burgo y se volvía con la harina», comenta reconociendo que este año ha sido malo, «por los precios de los abonos». Su mejor época allí, el otoño y la primavera, por los paisajes. Raúl también tiene gran apego a Vadillo, «me gusta porque es mi pueblo, aquí estoy en mi salsa». Cree que el problema no es la falta de servicios, sino la falta de vecinos que lleva a eso precisamente. Su época favorita allí es el verano, cuando aseguran que la población no fluctúa tanto como en otras localidades. Van saliendo temas como que hay bastantes jóvenes viviendo allí o que aunque oficialmente son vadillenses, también se les llama «cabezones», a mucha honra, mientras que los de Casarejos son «zorros». Con esa localidad vecina, a dos kilómetros, tienen muy estrecha relación y mil anécdotas.

Junto a la ermita, en el cementerio, se encuentran Ángeles Manchado y su marido. La familia materna de ella es de Vadillo y ella, aunque emigró a Zaragoza, ha venido a cuidar a sus padres y ahora sigue volviendo porque le gusta «la tranquilidad, ver a gente conocida, ir a pasear...».Además, sus hijos y nieta también van mucho por allí. Ambos se unen al paseo para aportar todo lo que puedan junto a David y Raúl.

una vecina que «no para»EN EL LAVADERO Y LOS HUERTOS

Alejandra Gómez Andrés es una vecina muy pintoresca y entrañable, no está cuando pasamos por su casa a buscarla para que nos cuente anécdotas pero la vemos andando por la ladera desde la iglesia y le hacemos señas para saludarla y que acuda hacia donde estamos. «No para», nos dicen los vecinos. Cuando por fin nos encontramos nos cuenta que nació en Cubillos, que pertenecía a Cubilla y ahora es un despoblado, y hace 60 años llegó a Vadillo porque se casó con un chico de allí. «Había tres bares y ni una casa cerrada, y solo dos coches».

Sigue oliendo a bosque y a leña, a la que tienen derecho los vecinos, como la suerte de pinos. Bajamos hacia la zona de los huertos (hay unos once) y el lavadero, a la entrada desde Talveila. El turismo rural estuvo en auge en la pandemia, pero este año ha bajado bastante, la ventaja es la proximidad al Cañón. Recuerdan que «las mujeres, como la tía Basilisa, venían del monte con los baldes en la cabeza». Un bonito recuerdo.