Francisco Muro de Iscar

MUY PERSONAL

Francisco Muro de Iscar

Periodista


Cada palabra, cada gesto importa

04/12/2023

No debería haber un Día Internacional de las Personas con Discapacidad, lo celebramos cada año el 3 de diciembre, porque todos los días deberían ser un tiempo para la integración plena e inclusiva de estas personas, que representan el diez por ciento de la población española, más de cuatro millones y medio de ciudadanos, más de un veinticinco por ciento de ellos niños. Deberían tener todos los derechos pero no los tienen. Deberían tener todo el respeto, el reconocimiento y la dignidad como cualquier otra persona "normal", pero no los tienen. Deberían tener acceso a la educación, a la cultura, a la vida social y política como cualquiera de nosotros, pero, aunque hemos avanzado bastante, todavía están muy lejos de ser ciudadanos de primera, como nosotros. No deberían sufrir discriminación, acoso ni 'bullying', porque deberían ser especialmente cuidados, pero lo sufren. Deberían contar con los medios necesarios para paliar sus discapacidades, tendrían que contar con suficientes ayudas familiares, pero no los tienen.

También es el lenguaje, el cómo los vemos. La Fundación Juan XXIII, ejemplar en el trabajo para dar vida y futuro a estas personas, ha puesto en marcha una campaña, "Cada palabra importa", en la que nos cuestiona a todos cómo miramos a este colectivo, a la vez que nos exige que abandonemos los términos peyorativos con los que hemos llamado, desde siempre, todavía hoy, a estas personas con capacidades diferentes: "subnormal", "retrasado", "tarada", incluso "monstruo", para construir de verdad una sociedad realmente inclusiva. La palabra es un arma cargada de presente. A veces salva, a veces mata.

Son la minoría más grande del mundo y cada día demuestran que, pese a discapacidades motóricas, del sistema nervioso o viscerales, muchas de ellas de nacimiento, son plenamente capaces para muchas actividades. Que pese a que suelen tener menos oportunidades económicas, peor acceso a la educación, al trabajo, a la salud y tasas de pobreza más altas, tienen una inmensa capacidad de superación, dejan el miedo --el suyo y el de sus familias-- atrás y tienen sueños y los pueden cumplir como cualquiera de nosotros. Y aunque, en demasiadas ocasiones, les seguimos tratando como niños, son personas inteligentes, capaces de muchas cosas buenas.

Se nos llena la boca al decir que somos una sociedad inclusiva, pero todavía hay demasiadas barreras infranqueables, y no sólo físicas, para ese diez por ciento de la población. Todavía no han sido capaces los partidos políticos de ponerse de acuerdo --ni siquiera en esto-- para cambiar el artículo 49 de la Constitución que los llama "disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos", para pasar a denominarlos "personas con discapacidad". Todavía prima "la sociedad del descarte", sobre la sociedad que acoge e integra.

El Papa Francisco ha dicho que deberíamos dejar de hablar de "ellos, los más frágiles entre nosotros", a los que marginamos con prejuicios, porque merecen, exigen que cambiemos nuestra mentalidad para abrirnos a las aportaciones y a los talentos de esas personas con capacidades diferentes. No sólo derribar las barreras físicas sino también asumir que no son "ellos", que son "nosotros". Sus familias saben perfectamente todo el valor que aportan. La sociedad también debería ser consciente de ello. Lamentablemente hay muchos discapacitados de otro tipo que aún les rechaza, les acosa y les desprecia. Respeto y apoyo para ellos. Más ayudas para ellos y para sus familias. Favorecer su autonomía y su independencia. Sus derechos son los mismos que los de todos los ciudadanos: el derecho de cada hombre y cada mujer a una vida digna. Y los deben poder ejercer y disfrutar todos los días del año. Como nosotros.