Las viejas ruinas de la Iglesia de La Pica

T.G. / J.M.I./ L.C.P.
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El torreón es lo más llamativo, un elemento construido entre los siglos X y XI

Las viejas ruinas de la Iglesia de La Pica

La Pica es un despoblado del que únicamente quedan las ruinas de su iglesia, la caja de los muros de unas edificaciones para colonos, y un majestuoso torreón. Se sitúa al pie de la Sierra de la Pica, entre las localidades de Tajahuerce, municipio al que pertenece, Omeñaca y Aldealpozo; y al lado del Barranco del Royal, que lleva sus aguas, cuando las lleva, al río Rituerto. Hasta Aldealpozo hay que llegar por la N-122 para, a través de caminos, encontrar tan abandonado lugar. A la salida de Aldealpozo, a través de la  'Ruta de los Torreones',  nos dirigimos por un camino de tierra hacia el sur y a poco más de un kilómetro cogeremos un desvío a la derecha; caminando paralelamente al ramal del Camino de Santiago Castellano Aragonés, llegaremos a los restos de la antigua parroquial del despoblado de La Pica. 

Realizamos la visita el 26 de junio, un día de calor y con la amenaza de una ola de altas temperaturas. La cebada se veía afligida y afectada por los calores de este año, tan adversos para estos cultivos; mientras los yeros, que han nitrogenado la tierra en las parcelas contiguas, apenas se elevaban un mísero palmo del suelo. A pesar de las aguas de junio, el campo soriano esperaba una mala cosecha.

La Pica perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de la ciudad de Soria. Sin embargo, en la primera mitad del siglo XV, el rey Juan II de Castilla (1406-1454) decidió eximirla de la jurisdicción de la Tierra de Soria, concediéndolo en señorío a Hernán Bravo de Lagunas, 'el Viejo', del linaje de los Salvadores. La vida en el lugar debió de ser difícil por lo que esta aldea quedó despoblada en la segunda mitad del mismo siglo. Cuando el territorio quedó despoblado, el corregidor de Soria, Cristobal Salinas, declaró 'derraigado' el terreno y permitió que los pobladores de la ciudad lo utilizaran como quisieran para cultivar y pastar, iniciando con ello una serie de conflictos entre el concejo de Soria y los titulares del señorío, que se alargarían hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Fue por entonces cuando el marqués de La Pica, marquesado concedido por Carlos II a Francisco Bravo de Sarabia y Ovalle como alcalde de Santiago de Chile, volvió a poner las tierras en uso y construyó para sus colonos unos pabellones de los que todavía se conservan los esqueletos. En el siglo XX, La Pica sufrió su segundo abandono, que ya sería definitivo.

La Pica, con su torreón, pertenece al municipio de Tajahuerce, que acoge a poco más de 20 habitantes y que, de seguir así, pronto habrá que buscarle un nuevo municipio que le dé amparo. Su paisaje es ondulado y verde, y las últimas lluvias lo habían embellecido aún más. Los molinos de viento subidos a la sierra parecen colosos vigilantes de esas ruinas. Cerca del despoblado, en lo que fue la fuente de La Pica, han habilitado una zona de descanso del Camino de Santiago Castellano Aragonés. También esto está poco cuidado, como los carteles explicativos fruto de esa manía de hacer y no cuidar, de inaugurar y desatender, tan propia de nuestros tiempos.

Pero lo más llamativo de La Pica es su torreón. Debió de construirse entre los siglos X y XI por sus pobladores musulmanes para defenderse del empuje cristiano. No fue el único que se construyó cerca del Rituerto, pues comparte hermandad con los de Castellanos y Masegoso, constituyendo la ruta de los torreones. Probablemente entre ellos habría sistemas de comunicación. Sus hechuras son de fortaleza, pues así lo ratifican sus muros de casi dos metros en su base. Tres pisos y una terraza acogían sus quince metros de altura. Para acceder se necesitaba una escalera de madera que se ponía o quitaba según la proximidad del enemigo. El tímpano de su entrada alta se decora con un castillo, quizás uno de los primeros emblemas de Castilla.

A sus pies yacen los restos de lo que fue la parroquia de este pequeño lugar, así como las cinco casas de los colonos del Marqués de La Pica, que también han sido y son expoliadas. Cuando la comarca del Rituerto se repobló a partir de 1119, alrededor de este torreón musulmán surgirá el pequeño poblado de La Pica, con sus humildes viviendas arracimadas alrededor de su parroquia. En la actualidad, desconocemos la advocación de esta, como tampoco conocemos de qué parroquia soriana era diezmera. Hoy, las ruinas se encuentran acosadas por una tierra de cultivo de un buen trigo Macareno o Bonifacio, a pesar de este mal año; trigo que hacia el sur de las ruinas tenía muy buen aspecto.

De la vieja iglesia románica aún se conserva, aunque maltrecha, parte de la caja de los muros. Los expoliadores se llevaron las piezas más notables que sin duda estuvieron en sus dos portadas, las esquinas del presbiterio y ábside, así como la ventana absidal. De las piezas labradas sólo podemos ver in situ la saetera meridional de la nave que habría de iluminar este espacio dedicado a la feligresía. 

Por los restos que quedan deducimos que era un templo típico del románico rural soriano, de una sola nave, con ábside semicircular y espadaña de dos huecos sobre el hastial occidental. Todo ello construido en mampostería. La espadaña perdió su cubierta a piñón y hoy, desde la lejanía, nos parece un tridente; como pasa en otras muchas ruinas románicas. Con toda seguridad, pues no aparecen ni contrafuertes ni responsiones, la nave se cubría con una techumbre de madera a dos aguas; la cabecera lo hacía con bóveda de cañón en el tramo recto del presbiterio, y de cuarto de esfera en el ábside; de todo ello nada ha llegado hasta nosotros. Tan solo se intuye, en la zona del ábside, la curvatura de la bóveda. 

Como viene siendo costumbre, en el lado meridional se abría la portada principal,  mientras que enfrentada a ella, en el lado norte, se abría una secundaria. Las dos han sido brutalmente saqueadas; mientras en la meridional el vano que se abrió llegó a hacer desparecer el muro; en la septentrional todavía se aprecia el hueco desde el que existe una vista privilegiada del torreón. 

Lo único que no se ha expoliado ha sido la aspillera con arco ultrasemicircular hacia el exterior y con dovelaje de medio punto y abocinada hacia el interior. Este arco, casi circular, recuerda a la herradura de otros tantos que han llegado hasta nuestros días por toda la geografía soriana. Este elemento ha dado pie a determinados investigadores a sostener un pasado prerrománico de esta fábrica. Sin embargo, nosotros pensamos, igual que Pedro Luis Huerta Huerta, que tiene más de arcaísmo que de antigüedad. Las características de esta fábrica son muy similares a las que podemos encontrar por el resto de la provincia; lo que la situaría entre finales del XII y principios del XIII. 

Tanto el exterior como el interior estuvo revocado con una capa de cal y arena, que todavía se aprecia en algunos lugares del exterior, pero sobre todo en el interior de la nave, que a sus pies pudo contar con un coro elevado.  Todavía en la parte inferior del hastial occidental, a finales de los años ochenta del siglo XX, Alberto Arribas llegó a ver una serie de figuras grabadas con un objeto punzante, que parecía representar  «… una batalla con arqueros, un caballero sobre montura revestida para la batalla, estrellas de cinco y seis puntas… Bajo la escena de la batalla aparece una inscripción que parece una firma correspondiente, o así parece, a un tal Lorenzo, y debajo una fecha ilegible». En nuestra visita ya no pudimos reconocer esas escenas, tan solo algunas rayas sin sentido.

La tradición oral de la comarca recuerda que al despoblarse La Pica, los bienes, objetos litúrgicos e imágenes fueron a parar a la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Tajahuerce, pudiendo destacar de esa imaginería la talla medieval de la Virgen con el Niño. 

Estas ruinas merecen ser consolidadas, pues están muy cerca de convertirse en un montón de piedras, y que la ventanita románica sea saqueada y luzca en cualquier inmueble de un potentado; ya es un verdadero milagro que todavía se encuentre allí. Como hemos dicho de otras muchas ruinas románicas, estos espacios sagrados tienen el derecho a una limpieza y a ser consolidados para que generaciones futuras puedan apreciar la belleza de estos restos. A su vez, y aprovechando que por allí discurre el ramal del Camino de Santiago Castellano Aragonés, un pequeño atril o panel informativo ayudaría a que sus ruinas fueran conocidas por viajeros y peregrinos, para que no caigan en el olvido.