Alberto Palacios Lázaro

Alberto Palacios Lázaro


Mesa en la posteridad

06/05/2023

Terminan las clases. Un joven profesor, recién llegado a la ciudad, recoge varios libros de su mesa. Alcanza su abrigo, colgado de un viejo perchero. Se coloca alrededor del cuello, cuidadosamente, una bufanda de lana. Fuera, el invierno araña la carne, el viento corre como un caballo desbocado. El joven, con valor, sale a la intemperie. Camina por las vacías y oscuras calles de la Soria de 1908. Sólo se escucha el golpeo de sus zapatos contra el suelo, la fuerza del aire, los ladridos que se pierden entre la ventisca y una campana que no deja de tañir. A lo lejos, al fin, se ve la luz. Este forastero maestro llega a su segunda casa; el Casino. Su mano, rígida por el frío, alcanza el pomo de la puerta. Dentro, todo cambia. Calor. La luz de las lámparas de araña vence a la oscuridad. Un elegante piano ameniza la velada. El gran salón está repleto. Al fondo, una tertulia. Entre medio, repartidos por los distintos sillones, parejas y grupos de amigos conversan, ríen y entran el calor con algún que otro trago. El joven profesor se dirige hacia la barra del bar. Entonces, le detiene un conocido. «Estamos recogiendo firmas para pedir al Casino que se suscriba al Heraldo de Aragón y al Diario de Avisos de Zaragoza». El maestro abre su chaqueta y saca del bolsillo interior su pluma favorita. «Puedes firmar aquí», le señala su interlocutor. En el documento, que aún se conserva en el archivo del Casino, y entre otras nueve rúbricas, se puede leer un elegante trazo: Antonio Machado.
Esto ocurrió durante tres escasos minutos en nuestro Casino. Qué no habrá pasado allí durante 175 años. Para preservarlo, la Junta ya prepara la declaración como BIC de este lugar, sinónimo de Cultura, con mayúsculas. Allí donde se vivieron esos primeros bailes donde se perdía la chaqueta y la vergüenza. Todo, aderezado con la magia especial que emana del Casino, remanente del pasado del que toca estar tan orgulloso como pendiente para mantener la brújula orientada al norte. Baluarte y salvaguarda de aquello que nos hizo civilización: el arte, las letras, la música, las tertulias y los amigos. Allí he disfrutado de las más interesantes charlas sobre toros. Sólo hay una cosa mejor que los toros: hablar de toros. Emocionado, allí también viví el masivo homenaje que la sociedad civil, la que no se conformó con un escueto tuit a modo de despedida, dedicó a Javier Marías. Para intentar ver la dimensión de la alargada sombra de Marías, hay que dejar de lado la ideología y hay que leerle. Dos imposibles para los que, año y medio de su muerte, aún callan. Por suerte, la posteridad sólo reserva sus exclusivos asientos a Machado y los poetas, a los sorianos inquietos y a algún que otro forastero que vivió y escribió en y sobre nuestra tierra, haciéndola eterna. Todos ellos reirán y romperán el silencio. Se reencontrarán, una vez más, quizá a la mesa, en el perpetuo Casino de Soria.