Fernando González Ferreras

PREDICANDO EN EL DESIERTO

Fernando González Ferreras

Catedrático


¿Qué nos está pasando?

14/10/2023

Siempre he seguido con atención los debates parlamentarios, por ser oportunidades para poder apreciar la altura intelectual y la capacidad de comunicación de los intervinientes y estoy observando con pena el deterioro del Congreso y Senado. En la transición escuchamos discursos repletos de sutileza e ironía inteligente, sin leer papeles, con argumentos muy bien expuestos. Muchos parlamentarios tenían una formación excelente. En aquellas Cortes hubo un diálogo serio para buscar el consenso; se hablaba para convencer y se escuchaba para comprender.
Un tiempo después comenzó el declive; ya no había tantos parlamentarios con buena formación y la situación cambió: se hablaba para persuadir y se escuchaba para replicar desde posiciones casi inamovibles, no para buscar consensos. Y la situación ha empeorado. Ha desaparecido el diálogo convirtiendo la Cámara en un lugar de monólogos sucesivos. Se habla con desmesura para justificar posturas, para destacar diferencias en vez de buscar puntos de encuentro; se escucha poco (los mediocres son sordos para todo lo que no sean aplausos), hasta llevan la réplica escrita aunque no saben que van a decir los adversarios. Y para que hablar de los desprecios y falsedades. Probablemente se deba a la escasa formación de muchos representantes, aunque considero que un miembro del Parlamento no puede ser más incompetente que los ciudadanos que le han votado.
Creo que el desprestigio ha aumentado con la última decisión de contratar intérpretes para acabar entendiéndose en español. No hay traducción catalán-gallego o catalán-eusquera por lo que todo se traduce al español. Para eso no hacía falta gastar tanto dinero. Y aunque más de una vez he sido criticado por decir «español» en vez de «castellano», seguiré haciéndolo porque nací en León (una de las únicas cuatro nacionalidades históricas –aunque ahora algunos políticos se hayan inventado otra interpretación- representadas en el escudo de España, junto con Castilla, Aragón y Navarra) y nosotros cantamos en nuestro himno que «[León] con su sangre a torrentes vertida dio a la Patria preciado blasón y en sus labios cobró vida el hermoso lenguaje español».
Echo de menos el sentido del humor, la autocrítica y la capacidad de reírse de uno mismo. El humor, la máxima expresión de la inteligencia, revela el lado serio de las cosas tontas y el lado tonto de las cosas serias. Han pasado los tiempos ingeniosos e irónicos que relató Luis Carandell en 'Las anécdotas del Parlamento'. Hoy la mayoría de nuestros políticos no destacan por su sentido del humor ni por su autocrítica. ¿Alguien cree que un parlamentario español sería capaz de afirmar, como un diputado inglés, que «lo único malo de haber conseguido su sueño» – ser diputado- «era que iba a quedar clara su incapacidad para desempeñarlo?» Pues muchos de nuestros políticos deberían decirlo muy en serio.
Uno de mis escritores predilectos, José Luis Sampedro, narró (en su libro 'Escribir es vivir') que le preguntó a su profesor de inglés durante la Segunda Guerra Mundial en el momento en que Inglaterra estaba en una situación muy difícil: «¿Usted cree que esta guerra durará mucho?» Su profesor le contestó: «Sin duda. Tiene que durar porque los que van a ganar están perdiendo». Seguro que volverán los viejos tiempos de un parlamentarismo inteligente, con argumentos, elocuencia e ironía. Los que vamos perdiendo con la situación actual, acabaremos ganando.