Definitivamente se cruzan en nuestro entorno vital tantas paradojas y contradicciones que merecería la pena ignorarlas para no caer en la tentación de intentar entenderlas a riesgo de dañar seriamente nuestras neuronas. Lamento formar parte del colectivo de 'tiquismiquis' que se devanan los sesos con críticas en las que nunca se dan por aludidos los que resultan condenados por mis argumentos y encima les doy la brasa a los allegados con los que me desahogo.
En un país en el que las crisis identitarias están llegando a límites absurdos, como la búsqueda de la singularidad de un idioma propio con el argumento de que tienen un par de centenares de palabras de uso local, por ejemplo en algunos valles pirenaicos o en rincones de Extremadura o Cantabria, los usuarios del castellano se dejan seducir por el inglés por razones que ignoro, pero que sospecho. Gran parte de culpa la atribuyo a los creativos publicitarios aunque no excluyo a mis colegas periodistas. Una especie de culturetas que se autoproclaman en la vanguardia de casi todo remata la faena en este sindiós lingüístico que tanto aborrezco.
Conocí hace unos días la iniciativa, impulsada por el Ayuntamiento de Soria, departamento de Igualdad, que pretende concienciar a los varones de que está feo dirigirse a las mujeres con apelativos como 'chiqui', 'nena', 'moza', 'cari'… sobre todo los que les hacen sentir, por lo visto, como si fueran aún adolescentes aunque ya hayan alcanzado la madurez. Se trata de que se les llame 'señoras'. Vale. Más allá de que me pueda parecer a mí que es buscar solución a un problema inexistente, porque el tono y contexto en el que se usen esos términos son lo que definirían si hay o no ofensa, lo que me indigna es que la 'artista' que promueve esta iniciativa ha tenido la ocurrencia de presentarla con una curiosa frase; 'Perdone, call me señora', o sea 'perdone, llámeme señora'. Y aquí la pregunta, ¿por qué ese injerto infame en inglés? Temo que, en este caso, como en el 'Mycological Summer Tour', el 'Soria Talent' y tantos otros ejemplos parecidos, hay detrás una variedad de complejo de inferioridad al expresarse en esa lengua de ceporros que llamamos 'español'. Para darle aire internacional, cosmopolita hay que someterse, aunque no venga al caso, al inglés. Ya me contarán cuantos angloparlantes visitan la provincia motivados por el cartel que anuncia la aludida exposición de setas liofilizadas. Asumo que los poderosos imponen su lengua, como hizo España en tantos lugares y que saber inglés resulta de gran utilidad, pero la degeneración de nuestro idioma de tan estúpida y acomplejada manera es un trabajo para los psiquiatras.