Alberto Palacios Lázaro

Alberto Palacios Lázaro


Ese lugar en el mundo

06/04/2023

Tic. Tac. Tic…Tac. Resuena la guillotina del tiempo en mi oscura habitación. Aquí estoy, con mis siete años, dando vueltas en la cama sin remedio. Solo ante la eternidad de una noche de insomnio. De pronto, se oyen voces en el salón. Es de día. Con la sensación de no haberme llegado a dormir, salgo a la carrera. Cojo la túnica y la capa y las emociones comienzan a aflorar. No tengo explicación, ni la quiero. Es mi tercer Viernes Santo como cofrade. Decenas de hermanos llegamos a la vez a nuestra iglesia. Se abren los armarios. Fuera los báculos y los clarines. Las flores, arriba del paso. Los nuevos hacen el juramento. Queda un cuarto de hora para salir y en la cripta reina un caos controlado. Uno no encuentra su capa, otro tiene dos capirotes pero ningún fajín. Se caen unas baquetas y un corneta calienta su boquilla. Todos para fuera. «A formar». Tomamos la calle Numancia, que se tiñe de morado y blanco. Son casi las doce y pienso, a mis siete años, que no hay otro lugar en el mundo en el que yo quiera estar un día como hoy. «Queda un minuto». Y si lo dice mi padre, será verdad. «Espera, que te pongo bien el capirote». Se coloca entre la banda, desde donde me ve y me cuida. Aprecio una multitud en la Plaza Herradores. Miro a la derecha. Germán me saluda. Ya estamos todos, podemos empezar. 
Una corneta acalla el murmullo. Suenan los tambores, comenzamos a caminar. El redoble siempre en la izquierda, te recuerdan los mayores. Luce el sol en Soria, ese sol de mi infancia. El cielo está azul y las Siete Palabras, en la calle. Entramos en el Collado. No cabe un alfiler. Veo la cara conocida de uno que no se ha ido a la playa. Me alegro por él. Entramos a la plaza del Olivo. En la curva de Gaya Nuño, donde siempre, encorbatado y lleno de orgullo, un abuelo espera a su nieto. No le va esto de las procesiones pero ha llegado media hora antes para coger sitio. Está el primero. Para él, sólo procesiono yo. Y para mí, en la plaza sólo está él. Nos compenetramos bien. Casi dos horas de procesión. El sol ajusticia la plaza Mayor. El otro abuelo, con una botella de agua en una mano y el corazón en la otra, se acerca. «¿Estás bien? ¿Tienes sed?». Digo «no» por no decirle que sabiendo que ellos están ahí aguanto hasta San Pedro o hasta donde sea. Ya se ve la concatedral. Llega imponente el Cristo de los Florines. Suena el himno de España. Venga, rápido a comer. Esta tarde toca salir otra vez. Procesión general. Desde el Merbeyé hasta la puerta de la Dehesa no hay disponible ni una localidad. Soria se ha echado a la calle. Sin darme cuenta, en un tic tac, entramos en Mariano Granados. Todo está cumplido. Cae la noche y todo tiene otro color. Nos quedamos a solas con ÉL, que muere en El Salvador.