Silvia Garrote

JALÓN POR LA VEGA

Silvia Garrote

Periodista


La hora de la normalidad

18/09/2021

Volvemos del parón veraniego con la quinta ola del Covid casi superada y una sensación de agotamiento generalizado de una pandemia que nos ha tenido, que nos tiene aún, con la casa mundial patas arriba. Lo peor de este horrible virus, por supuesto, es que se ha llevado a miles de personas por delante y ha dejado secuelas físicas y psíquicas a muchas más; y en otro plano menos grave, ha ido tumbando las expectativas de la normalidad una a una, ola a ola. Hemos visto cómo después de los primeros y caóticos meses llegaba el fin del confinamiento y una esperanza de vuelta a la cotidianidad que se frustró enseguida, especialmente con la llegada del otoño y el invierno. La mirada del mundo se fijó después en las vacunas, un proceso que ha ido muy rápido, aunque estas cosas nunca van al ritmo que uno quisiera o se imagina, y se iba alcanzando poco a poco la llamada y soñada inmunidad de rebaño. Lograda y rebasada, con más del 70% de la población vacunada, tampoco parece suficiente para una vuelta a la normalidad. Las cifras de contagiados caen y la presión hospitalaria se ha rebajado considerablemente, pero lamentablemente sigue muriendo gente, si no como consecuencia del contagio por Covid, sí con él. A estas alturas, la erradicación total del virus es una utopía, aunque el avance para atajar sus nefastas consecuencias ha sido enorme, incuestionable. 
Ahora bien, llegados a este punto de la situación sanitaria, soy de la opinión de que habría que apelar a la responsabilidad personal y acabar con las medidas restrictivas, especialmente porque estamos asistiendo a situaciones incongruentes, a disparidad de normativas según el territorio en el que te encuentres e, incluso, a arbitrios judiciales radicalmente opuestos para responder a iguales escenarios. Terminado el periodo de alarma, cada Comunidad ha ido imponiendo sus propias medidas, avaladas por los tribunales algunas veces o tumbadas por estos mismos en otras, adoptadas básicamente para evitar aglomeraciones, especialmente en bares y restaurantes y en todo lo que afecta al mundo de la cultura. A la vez, no se han podido evitar las multitudinarias concentraciones de jóvenes que han tomado la calle y que en ocasiones han derivado en situaciones violentas. El botellón ya existía antes de la pandemia, es evidente, pero no es lógico que muchos hosteleros hayan tenido que estar midiendo distancia entre mesas o no hayan podido servir en la barra (ahora ya sí en Castilla y León) cuando hay cientos de personas bebiendo en la calle prácticamente sin control, por poner un ejemplo. O que no puedan celebrarse verbenas en las fiestas patronales y sí se pueda asistir a una boda ‘al uso’, o se acuda en masa a la llegada o salida de una etapa de la Vuelta Ciclista, pero se mantengan aforos irracionales a la hora de asistir a un concierto, por seguir con las incongruencias a las que todos asistimos a diario.
Es comprensible que no se haya acertado del todo con algunas de las medidas y que las nefastas consecuencias de levantar la mano en el principio de la pandemia se hayan traducido en un exceso de celo y de prudencia que ha afectado en negativo a determinados sectores; al fin y al cabo, nunca habíamos vivido en directo una pandemia como esta. Pero también creo que es hora de dar un paso hacia una relativa normalidad que no será como era, pero que tiene que parecerse. Por nuestro bien físico, psíquico y económico.