Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


Pulseras de hilos

06/11/2022

Durante los cuatro días no lectivos del puente de Los Santos hemos aprovechado para pasar mucho tiempo en familia y hacer todas esas cosas que las prisas del día a día no nos permiten. Una de las mañanas, Sofía me pidió que le hiciera una pulsera y, ni corta ni perezosa, recuperé habilidades adquiridas a principios de los 2000 y me dispuse a preparar los hilos para hacer uno de aquellos brazaletes que, con habilidad, hacíamos por decenas durante nuestra infancia y comienzo de adolescencia. ¿Qué sucedió? Que antes de que comenzara ni siquiera a trenzar, ella ya se había aburrido y había cambiado de actividad, dejándome a mí compuesta y sin una muñeca en la que lucir mi pequeña obra de arte. Y es que, comentábamos ella y yo, las pulseras que se confeccionan ahora -cuyo material son las pequeñas gomitas elásticas que también sirven para adornar el pelo- son mucho más rápidas de hacer. Esto me hizo reflexionar sobre lo que Bauman definía como la modernidad líquida y cómo esta característica es tan definitoria de la sociedad de hoy en día: todo rápido, todo efímero, todo nuevo y, en ocasiones, insatisfactorio y agotador. 
No quiero caer en los tópicos que han acompañado, acompañan y acompañarán a lo largo de la historia el salto intergeneracional. Aquellos mantras de: «La juventud de ahora no sabe divertirse como se hacía antes», «se aburren de todo», o «no valoran lo que tienen». Siempre he pensado que este tipo de pensamientos nos posicionaban de manera inamovible en el pasado, creando así una barrera difícil de superar. Sin embargo, sí me parece un ejercicio necesario el de reflexionar sobre los cambios que, como grupo social, vamos experimentando, ya que este nos servirá para entendernos mejor y facilitar la convivencia en un entorno en el que el aprendizaje sea bidireccional: de viejos a jóvenes y al contrario.
Desde luego, los pilares con los que crecimos la generación que ahora está afincada en su cuarta década son completamente distintos a los que rigen la vida de los más jóvenes. Me es complicado juzgar si mejores o peores. De hecho, creo que intentar compararlos es un error porque las circunstancias y el contexto son completamente diferentes. Pero la transformación es real y es algo con lo que tenemos que lidiar en pro de una convivencia armoniosa. 
Decía Bauman que esta sociedad líquida, en contraposición con lo que experimentaron nuestros ancestros, genera sentimientos de inquietud y desazón ante la incertidumbre de qué va a suceder en un futuro -tanto próximo como lejano- y cómo conseguir desarrollar aquellos aspectos de la vida que tocan como persona adulta (trabajo- casa- familia). Pero quizás el problema está, precisamente, en lo que venimos hablando: juzgamos con mirada del pasado una realidad completamente diferente, llegando incluso a posicionar lo que tiene que ser por delante de nuestras necesidades, deseos o anhelos. A este respecto hay mucho escrito y dicho. Un ejemplo: los millenials o la generación Z y sus estilos de vida, que tanto contrastan con el de sus antecesores. Por suerte, y aunque está costando, da la sensación de que comenzamos a comprender otras maneras de estar, de ser, de vivir. Estilos de vida en los que se prioriza el bienestar individual por encima de otros constructos sociales. Solo así, empatizando o al menos respetando, será posible una coexistencia más fluida.

ARCHIVADO EN: Adolescencia, Arte