Silvia Garrote

JALÓN POR LA VEGA

Silvia Garrote

Periodista


Un grito de auxilio

13/02/2022

Vivimos tiempos inciertos, agravados por una pandemia que nos ha trastocado el ritmo, la visión y hasta los valores. No es de extrañar que andemos todos un poco tocados del ala, pero los números, que son tozudos, hablan de algo más. Si esta situación extrema ha servido para algo positivo ha sido para aflorar cuestiones que estaban ahí, pero de las que apenas se hablaba. Hoy ya es tan escandaloso el número de personas con algún tipo de trastorno de salud mental que ya no se puede obviar. Y menos aún se puede esconder lo que en muchos hogares y centros educativos se está viviendo de forma dramática: el aumento de casos graves de ansiedad, depresión, trastornos alimenticios y suicidios que se están dando entre adolescentes y jóvenes. Es tan significativo, que todas las Comunidades Autónomas se han puesto en alerta y hasta se han planteado acciones a nivel nacional para intentar atajar el problema. España es, con mucho, el país europeo con mayor tasa de enfermedades mentales diagnosticadas entre niños y jóvenes de entre 10 y 19 años (un 20,8%), según un estudio de Unicef titulado Estado Mundial de la Infancia: En mi mente. Por otro lado, el suicidio es ya la primera causa de muerte de los jóvenes españoles, por primera vez, por delante de los accidentes de tráfico. Hasta un 50% de los jóvenes entre 19 y 35 años ha pasado o está pasando por algún tipo de alteración mental. Ante tamaña cifra cabe hacerse muchas preguntas y tomar decisiones, a corto y a medio plazo, a no ser que estemos dispuestos a tolerar que la mitad de una generación esté en grave riesgo, incluso, de muerte. 
He mantenido muchas conversaciones sobre este asunto con la gente que me rodea porque, créanme señores y señoras políticos, es un tema que nos preocupa por delante de muchos otros. Opiniones hay en muchos sentidos. Unos creen que un sistema educativo intencionadamente permisivo y complaciente está restando valor al esfuerzo desde edades muy tempranas; otros consideran que son los padres, con su actitud, los que malcrían a sus hijos protegiéndolos en exceso, favoreciendo debilidad y poca autosuficiencia; otros ven en la dependencia absoluta de la tecnología y las redes sociales la clave del problema, especialmente porque frustra el intento de trasladar el mundo inmediato y aparentemente feliz de la red a la vida real; también hay quien se plantea si todos y todas, en mayor o menor medida, no hemos pasado por algo así en nuestra adolescencia y juventud, pero sin llegar a visibilizarse; y quien considera que este tipo de trastornos son fruto de las sociedades avanzadas, en las que, sin necesidades básicas que cubrir, se impone un individualismo que resta el sentido social de la vida. 
Sea por una causa o por el conjunto de ellas, el resultado es igualmente desolador y hay que tomar medidas urgentes. Lo más perentorio es el acceso a la atención sanitaria, especialmente para el que no puede pagarse una consulta privada. Igualmente importante es un plan nacional para estudiar este problema, lo que permitirá actuar con conocimiento de causa. También habría que tratarlo en los centros educativos, de manera que los y las jóvenes pudieran adquirir hábitos de comunicación y habilidades que les permitieran enfrentarse a situaciones de riesgo. Formar a padres, educadores y sanitarios sería otra vía para atajar el incesante número de casos de trastornos mentales entre jóvenes y adolescentes; y otras que podrían plantearse, para ello hay expertos. Toda una generación pide auxilio a gritos y no podemos volver la cara.