Silvia Garrote

JALÓN POR LA VEGA

Silvia Garrote

Periodista


Transiciones

23/02/2020

No sé si es una coincidencia, pero he visto recientemente dos exposiciones relacionadas con la Transición, esa palabra que sólo se puede usar en mayúsculas para hablar de un periodo convulso, para muchos modélico, de nuestra historia reciente como país. ‘Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición’ es la muestra que recoge en el Reina Sofía material artístico de toda índole, en lo que ha sido un trabajo de recopilación del propio museo durante años. La exposición es muy curiosa. Habla de todas las vicisitudes que se vivieron en torno a la Bienal de Venecia en el 76, dedicada a España, en un momento político que no podía ser más complicado, pero con la clara intención de dar voz a los artistas silenciados por el franquismo durante tantos años. Sin embargo, el consenso sobre qué y quiénes debían participar en la muestra artística brilló por su ausencia, emulando la dificultad de llegar a acuerdos políticos en un periodo en el que se debía transitar hacia una democracia moderna desde cuarenta años de dictadura. 
Y mientras el discurso artístico antifranquista más oficial se articulaba para dar una imagen al mundo distinta de lo que había vendido el régimen como falso aperturismo, la calle bullía. La contracultura se saltaba las costuras de lo que debía ser y muchos jóvenes buscaban sus propios caminos para expresarse, al igual que los movimientos feministas, nacionalistas, las asociaciones vecinales, ecologistas, pacifistas… encontrando en la música, los fancines, el cine, el teatro, la poesía, los collages, las artes plásticas sus vías de llegar a los demás, de hacerse notar. Quizá de una forma caótica y efímera, pero muy participativa, con un trasfondo de insumisión al impuesto consenso político y propagándose por locales vecinales, bares, ateneos, y casas ocupadas. 
El Espacio Alameda recoge también una exposición sobre la Transición vista desde el humor gráfico, organizada por el Ayuntamiento de Soria en colaboración con el Instituto de la Lengua de Castilla y León, con viñetas del desaparecido Diario 16 que hacen un recorrido cronológico y satírico de aquella época. El humor jugó entonces un papel fundamental en la incipiente democracia, porque se permitía licencias que las palabras no podían expresar sin organizar un cisma. La excusa humorística y artística fue catalizadora de críticas mordaces que no podían alcanzar la tensión de otras vías de expresión.  La cultura, y, sobre todo, la contracultura, siempre encuentran las grietas para colarse en lo establecido y hacerlo estallar por los aires. Por muy pasiva o adormilada que nos parezca una sociedad siempre encontrará vías de expresar su descontento y su crítica, su forma de revelarse. Lo ha hecho constantemente a lo largo de la historia, por muy difíciles que fueran las circunstancias, o quizá, precisamente por esa dificultad. La Transición democrática requería de unas forzadas formas políticas que no se correspondían con el sentir popular ni artístico, que había callado durante mucho tiempo. Creo que en nuestros días vivimos un fenómeno contrario. La crispación política, la constante presencia de esa convulsión en los medios de comunicación, aleja las expresiones artísticas hacia otros derroteros, y quizá también a la sociedad en general. Vivimos, aunque no seamos conscientes de ello, en una nueva transición hacia un futuro que debe irremediablemente cambiar nuestra forma de pensar y de hacer, porque nuestra supervivencia como especie es la que está en juego.