Silvia Garrote

JALÓN POR LA VEGA

Silvia Garrote

Periodista


Aún seguimos por aquí

17/12/2022

En enero de 2020, investigadores de las universidades de Vermont y Tufts publicaron un artículo revolucionario. Hablaban por primera vez de los xenobots, unidades biológicas creadas artificialmente a partir de células madre de embriones de una rana. Se trata de estructuras vivas dotadas de algunas propiedades, como el movimiento, que pueden tener comportamientos programados. En cristiano, son pequeños robots construidos a base de material vivo, en vez de con materiales pesados. Entre sus múltiples ventajas, poseen la capacidad de curarse a sí mismos, se pueden desplazar, tienen una cierta autonomía en ausencia de alimento y son totalmente biodegradables. Este hallazgo tan increíble permite vislumbrar grandes avances médicos, biológicos y ecológicos. Podrían, llegado el caso, introducirse en un humano para que cicatrizaran tejidos dañados o reparar defectos de nacimiento, por ejemplo; también se podrían usar para limpiar residuos tóxicos o recoger microplásticos. El abanico de potenciales usos es muy extenso y en muchos ámbitos y da un poco de miedo. Los científicos, sin embargo, dicen que no hay por qué alarmarse. Por el momento, los xenobots no son capaces de reproducirse ni de evolucionar, pero lo cierto es que ya hay una segunda generación de mini robots mejor dotados que sus predecesores, capaces de sobrevivir más tiempo en un entorno rico en nutrientes. Lo más preocupante, a mi juicio, es que parte del estudio de estos organismos fue parcialmente financiado por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa, una agencia federal que supervisa el desarrollo de tecnología para uso militar. Con todo, me parece que es un hallazgo impresionante. Hace poco tuve la ocasión de asomarme a un microscopio para observar uno de estos xenobots, una suerte de célula con forma de muela, temblorosa y mínima. Formaba parte de una gran exposición dedicada al cerebro y a todas las incógnitas que plantea, desde el punto de vista médico, biológico, psicológico, filosófico, etc. en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.
Entiendo que estos nuevos organismos vivos creados por supercomputadoras darán lugar a un debate ético, como en su día lo hizo el hallazgo de las células madre y la tecnología que permite la modificación del ADN. La ciencia está ya en disposición de dotar de vida a organismos que no la tenían, de reprogramar genéticamente y de hacer que los organismos creados a través de inteligencia artificial aprendan y piensen, más allá de la imitación de comportamientos basados en datos. 
Esta misma semana conocíamos que un equipo del Lawrence Livermore National Laboratory en California ha logrado por primera vez conseguir la llamada 'ignición': fusionar núcleos de átomos produciendo más energía de la que cuesta inducir esa reacción, creando como una pequeña estrella. Aunque el experimento aún no ha sido publicado, su presentación ha creado una enorme expectación. No es para menos. Supondría la generación de una energía limpita e ilimitada. ¿Se imaginan?
Si el debate ético de los avances científicos plantea que debería haber límites para que no nos creamos dioses (¿quién pone puertas al campo?), también debería haberlos para aquellos que juegan con lo público, nos hurtan derechos y ponen sus intereses materiales por delante de las personas, esos organismos vivos que aún seguimos por aquí.