Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


Bares, qué lugares

16/11/2020

Cuando se publique este texto, la hostelería castellanoleonesa ya acumulará más de una semana cerrada. Un nuevo golpe asestado a negocios que ya tambaleaban sus cuentas, tras el confinamiento y un verano extraño. El caso es que no solo es la restauración la que ha tenido que echar el cierre, también otros negocios como los gimnasios o los centros comerciales se han visto obligados a hacerlo. Pero a la ciudadanía en general lo que más dolor nos ha ocasionado han sido estos primeros, que en muchas ocasiones casi consideramos como nuestros segundos hogares.
¿Qué tienen los bares que tanto nos afecta su clausura? Creo que tiene que ver, primero, con nuestra naturaleza humana. Como seres gregarios que somos, necesitamos encontrarnos cada cierto tiempo con los de nuestra especie, para intercambiar conversación y contacto -aunque sea manteniendo las consecuentes medidas higiénicas-. Y segundo, ahondando aún más, con nuestra forma de ser, nuestro carácter mediterráneo, acostumbrados a la compañía, a la interacción, a los demás. 
Sin embargo, desde un tiempo a esta parte parece que nos han robado esa parte tan nuestra de disfrutarnos los unos a los otros. Cuando la pandemia se disparó y nos obligaron a permanecer encerrados en casa, nos pilló todo de sorpresa, sin capacidad de reacción. Sin embargo, en verano -y con la relajación de las medidas más restrictivas- casi nos habíamos olvidado de los sentimientos que nos provocó ese aislamiento forzoso. Y ahora, con las ciudades vestidas de otoño y necesitados de un entorno agradable para reunirnos, aceptar esta limitación está siendo más duro que nunca. 
Encontrarnos en los entornos caseros parece una solución a medio gas. La rutina de los bares era más que un hábito de ocio; era casi una filosofía, con sus rituales plenamente establecidos, en los que entrábamos en comunión tanto clientela como hosteleros. Ya lo llevaba indicando desde hace décadas la sabiduría popular, que tildaba a estos profesionales de psicólogos: más allá de atender nuestras necesidades más primarias, también escuchaban, acompañaban y nos propiciaban un entorno en el que nos sentíamos a gusto, como en casa.
Lo peor de todo es que no sabemos cómo ni cuándo va a acabar esta situación. Aquella ansiada y nombrada ‘nueva normalidad’ se ha vuelto a transformar en la normalidad de los primeros meses de pandemia. Y eso asusta y desesperanza. Vuelven a nuestras cabezas los viejos fantasmas de la primavera, pero acrecentados por el miedo de lo ya vivido. Y no nos queda otra que buscar fuerzas de donde ya creíamos extintas, y aguantar el chaparrón con nuestra mejor cara. Por si esto fuera poco, en el horizonte del medio plazo se plantea unas atípicas Navidades, tiempo que solía protagonizarse por los reencuentros con nuestros seres queridos, separados el resto del año a causa de distancia y rutina. Este año, además, habrá sillas vacías que nunca se volverán a ocupar. Y eso, en soledad, todavía es más duro. 
La  hostelería languidece, y con ella todo el resto de la ciudadanía. Necesitamos más que nunca volver a vernos, a sentirnos cercanos y a generar nuevos buenos recuerdos, que borren los malos momentos sufridos durante los meses más duros. Pero no nos queda otra que resistir esta nueva embestida, todas y todos a una, más unidos que nunca.