Jesús de Lózar

Jesús de Lózar


Churrillo

06/02/2021

Los pies descalzos en el lagar, los chavales acabando como un cirineo y pese a que íbamos a vendimiar al majuelo de mi tío, no nos destetaron con vino. Más mayores bajábamos a las bodegas donde se guardaba el churrillo, malo de solemnidad, pasable con las chuletillas del cordero. En los setenta organizamos desde la Mesa de Burgos en Madrid excursiones en autobús el 23 de abril a Villalar con parada obligada en Rueda para irnos entonando con el blanco y hacer acopio para la vuelta. 
Cuando el vino era un alimento esencial, los pecheros de Soria consiguieron el privilegio de que solo se pudiese comenzar a consumir vino foráneo cuando se hubiese agotado el propio, las cuadrillas nombraban todos los años los ‘guardas del vino’, encargados de que no se metiese vino de fuera, no sé si porque el cultivo de la vid entró aquí en un proceso de irreversible decadencia o porque su vino era como el infame churrillo de mi infancia. Al final, ganaron la partida los aragoneses, con cuyo vino hemos chateado aquí durante tanto tiempo, aunque se fue imponiendo el Rioja entre la gente de posibles. 
Tiempos en que las chicas pedían en la Herradores un Diamante, el único blanco bebible.  Ahora, un Verdejo, por favor, o un Rueda. Entre los vinos de Aragón, no puedo olvidar el de Ricla, que mascábamos los Jueves Lardero donde Manolo el rabanizo. Después, muchos años después, a partir de los ochenta y los noventa, se ha ido introduciendo el Ribera, implantando bodegas pequeñas y no tan pequeñas, productores locales que crean su vino propio, generando y difundiendo la cultura del vino. El cambio ha sido impresionante. Hoy criamos aquí vinos que triunfan en España y se codean con la elite europea, que es casi como decir mundial. Vinos de Soria. Y eso se debe a la conjunción de varios elementos. La labor de, entre otros, gente emprendedora como José Hernández Orte, Pepe, el del Almacén,  Bertrand Sourdais, entusiasmo y saber hacer, enólogo y empresario, Cristina Aldavero y José Ramón Ruiz, impulsores del Club de Catas del Casino. Sin este tipo de personas, gente decidida, apasionada, no disfrutaríamos del vino y de lo que significa como producto grastronómico y hecho cultural. 
Sin olvidar la base esencial. La tierra, la altitud, la oscilación térmica. Y los hacedores de todo ésto: las gentes de San Esteban, Castillejo, Atauta, Peñalba, Langa, Vidé, Villálvaro, Aldea, Matanza, Ines, Miño, Alcubilla.