Silvia Garrote

JALÓN POR LA VEGA

Silvia Garrote

Periodista


De esta, aprendemos

13/06/2020

Dicen por ahí que de todas las crisis surgen cambios. Y también dicen que nunca aprendemos y que volveremos a los mismos errores cuando termine esta pandemia, que algún día terminará. Quiero ver el vaso medio lleno, digamos que lo necesito para seguir creyendo en la humanidad. Y voy a fijarme en el aspecto laboral. Un gran cambio ya ha llegado de la mano de la renta mínima garantizada, que seguramente sea insuficiente para paliar la miseria de tantas familias, pero que es un avance sin precedentes en el aspecto social que no se hubiera aprobado de no haber sido por esta situación tan extrema que vivimos; al menos, no hubiera pasado casi de puntillas por el ruido político que nos agota los oídos. 
El teletrabajo era otra de las grandes asignaturas pendientes del panorama laboral de este país, en el que la presencia física se asocia sin fundamento a productividad. La pandemia nos ha trasladado de golpe a una realidad inaudita y todos hemos descubierto que desde casa también se puede trabajar, y que, incluso, puede resultar más rentable para las empresas. El teletrabajo está siendo posible, pero no así la conciliación familiar, el otro gran hándicap del panorama laboral. No ha habido día que no haya hablado por teléfono con alguna mujer en su jornada laboral que no tuviera al lado a una criatura reclamando su atención, en muchas ocasiones, a gritos y con lloros. Tengo que hablar de ellas, porque en la mayoría de los casos con los que me he encontrado han sido ellas las que unían trabajo e hijos a costa de su tiempo y de su salud física y emocional. Con los colegios y las guarderías cerrados, no ha quedado otra que atender a la vez vida laboral y familiar, pero sería un buen momento para abordar de una vez por todas el tema de la conciliación, y no solo cuando se está cuidando de los hijos, sino también de personas mayores o dependientes. Las jornadas partidas e interminables, los horarios inflexibles, los marcos normativos excluyentes, entre otras cuestiones, no permiten a la mayoría de trabajadores algo tan de sentido común como es compaginar vida y empleo. 
Y en este punto, volvemos al concepto obsoleto que se tiene en este país respecto a unir más horas en el trabajo con ser más productivos. Obviamente, hay sectores que requieren de la presencia física de los empleados, pero en muchos otros se podría trabajar de otra manera no tan ligada a las manecillas del reloj y sí a objetivos y a responsabilidades. Y, en cualquier caso, habría que abordar un debate sereno sobre nuevas fórmulas de empleo que, sin perder de vista la rentabilidad, facilitaran la conciliación, permitieran un reparto del trabajo más equitativo y plantearan jornadas más reducidas. Este mismo año se estrenaba con algunos ejemplos de empresas que habían optado por la semana laboral de cuatro días, sin mermas en los salarios, pero con un ahorro energético que también habría que tener en cuenta. La defensa de esta fórmula habla de trabajadores más productivos, reducción del absentismo laboral, fidelización de los empleados y atracción de nuevos talentos. Suena razonable.  Lo positivo de esta enorme crisis que ya vivimos y cuyas dimensiones se vislumbran es que se pueden abordar estos asuntos que antes prácticamente eran anatemas y, sin embargo, algún día tendremos que plantear, porque son males estructurales de nuestro mercado de trabajo y de nuestra economía. Hoy es una pandemia, pero la tecnificación, la falta de relevo generacional, las crisis globales están a la vuelta de la esquina y va a tocar solucionarlo. 
Y quizá sí, quizá de esta aprendemos.