Laura Álvaro

Cariátide

Laura Álvaro

Profesora


El regreso del odio

26/09/2021

Una de las noticias más comentadas a lo largo de esta semana ha sido la manifestación que tuvo lugar el pasado sábado en el madrileño barrio de Chueca, en la que consignas homófobas y racistas fueron las protagonistas. Y es que esta supone un suma y sigue a un verano en el que los delitos de odio hacia el colectivo LGTBI han vuelto a copar los titulares de los medios de comunicación. Desde el asesinato, a comienzos del mes de julio, del gallego Samuel Luiz, hasta la citada protesta, pasando por el conocimiento de datos estadísticos que indican que las agresiones contra este sector social se han visto incrementadas y además se han vuelto más virulentas en los últimos tiempos. Todo ello nos hace percibir como un problema, que creíamos ya extinto, de repente vuelve a ocupar la actualidad.
Y, ¿cuál es la causa? Tener la respuesta a esta cuestión no es sencillo ni muchísimo menos, pero es verdad que, como todo problema complejo, no apunta en una única dirección. Todo parece indicar que son muchos los factores de esta ecuación. Algunos indican que una mayor visibilización de la diversidad sexual es motivo de una mayor aversión para aquellos que no entienden ni comparten la pluralidad. Se entremezcla aquí el miedo hacia lo desconocido y una creencia de que la consagración de privilegios por sectores históricamente oprimidos se pueda traducir en una pérdida de los mismos por los que se consideran legítimos y exclusivos dueños de ellos.
Por otro lado, la inclusión en el panorama político de partidos que no se posicionan en contra de este tipo de violencias supone un empoderamiento de los actores de estas, que por primera vez en décadas se sienten representados. Sin ningún lugar a duda, la aparición de ciertas ideologías en el panorama democrático ha sido la mejor excusa para que aquellos que hasta ahora no se atrevían a mostrar abiertamente ciertos pensamientos de exclusión y supremacía, de repente se hayan visto legitimados y retroalimentados por voces y discursos que hasta hace unos años raramente aparecían en los medios de comunicación.
Todo ello enmarcado en un contexto de crispación que últimamente parece más habitual que nunca. Cierto es que, como sociedad, no estamos pasando nuestro mejor momento (ya hablamos en anteriores textos de las consecuencias de la pandemia en la salud mental). Pero poco aporta a mejorarlo el hecho de que sintamos –o al menos, así lo siento yo- que la confrontación es la única herramienta a la que últimamente recurrimos para sobrellevar los devenires de nuestro día a día. Amplificado además al máximo por el uso continuado y desmedido de las redes sociales, altavoz de opiniones que hasta ahora no contaban con un instrumento para hacerse oír.  Algunas de las consignas que se escucharon el pasado sábado nos traen reminiscencias de un pasado que creíamos más que superado. No obstante, aquí vuelve reforzado y con intención de quedarse. El incremento de los delitos de odio en nuestro país en general, y al colectivo LGTBI en particular, es una realidad que crece año a año. Una mayor visibilización de la diversidad es motivo de orgullo para cualquier nación, pero también lo es una sociedad acorde a los avances legales de los que podemos presumir en España. Y para llegar a ella, me temo, todavía nos queda camino que recorrer.