Loli Escribano

SIN RED

Loli Escribano

Periodista


Cien mil palabras

18/12/2020

Escribo este artículo como a mí me gusta, recostada en mi cama, protegida por un ramo de muérdago que me acaba de regalar mi amiga Susana y que he colgado sobre la puerta de mi dormitorio. La suerte me acecha, porque al mediodía he colgado otro en la puerta principal que me ha regalado mi amigo Catalina. Me encantan las personas que como Susana y Catalina te sorprenden y te entregan su amor en un ramito de muérdago. También me encantan las personas inquietas (como ellos lo son). Las personas hambrientas de sabiduría. Las que disfrutan aprendiendo. Me chiflan. Una de esas personas es el pianista James Rhodes. Afincado en Madrid desde hace tres años, paladea cada nueva palabra del español que interioriza a pasos de gigante. Hace unos días compartía en las redes, entre sorprendido y divertido (a tenor de sus emoticonos), que había aprendido una nueva palabra: barbudo. Me maravillan este tipo de personas que se sienten felices absorbiendo sabiduría como si fueran una esponja. El idioma español tiene en torno a las cien mil palabras. Me pregunto cuántas habrá aprendido el pianista en tres años. ¿Cuántas sabré yo?, ¿cuántas puedo descubrir todavía?,  ¿cuántas conocerán los que a diario marcan el compás de los gobiernos que nos someten a restricciones cuestionables? Yo era de las defensoras del libro de papel, pero desde que me regalaron hace unos años el ebook, ya no quiero otra cosa. Es maravilloso poner el dedo sobre la palabra desconocida y que su significado aparezca en la pantalla como por arte de magia. La lectura me permite, entre otras muchas cosas, ser consciente de mis limitaciones léxicas. Y, a la vez, me ayuda a interiorizar muchos nuevos términos como  refocilar, remedo, ambages, inmarcesible o encocorar. 
Hay muchas personas que no han leído ni un libro en su vida. Así les luce a muchos el pelo o mejor, la lengua, cuando se suben a un estrado. Las tediosas horas que habremos echado a las espaldas aguantando discursos vacuos y distorsionados con palabras mal usadas o con una calamitosa pobreza lexical. Dime cómo hablas, dime cuánto lees y te diré quién eres. Recuerdo con frecuencia aquella frase mítica que se atribuye al Che: «Un pueblo que no sabe leer ni escribir, es un pueblo fácil de engañar». La cultura, el conocimiento, las palabras, nos hacen libres. Me encocoro (me encanta esta nueva palabra que aprendí en pleno confinamiento) cuando mis hijos defienden «el rincón del vago» si desesperados no han terminado una lectura obligada. 
Ahora que estamos en tiempo de deseos y regalos; me atrevería a sugerir que en los próximos días obsequien mucho muérdago para atraer la buena suerte y muchos libros para atraer conocimiento, cultura y una montaña de palabras que serán a veces lindas o retorcidas o luminosas o esquivas; pero siempre maravillosas.