Loli Escribano

SIN RED

Loli Escribano

Periodista


En carne y hueso

20/03/2020

Podría escribir un ensayo sobre todo lo que este estado de alarma me hace reflexionar. Me acuerdo de Ana Frank. De cómo de un encierro nació una gran escritora que, lamentablemente, solo pudo escribir el diario de un cautiverio brutal. Es posible que el confinamiento nos sirva para descubrir nuestros dones, todos nacemos con un don. Ese que sigue oculto, porque hemos vivido en una vorágine en la que una de las frases más repetidas ha sido, «no tengo tiempo». Decía Ana Frank, «cuando escribo puedo deshacerme de todos mis problemas», quizá cuando realicemos en nuestro confinamiento todo aquello que no hicimos durante décadas por falta de tiempo, encontremos una terapia maravillosa. O quizá descubramos que la frasecilla, era solo una excusa para justificar la desidia, la desgana o la falta de interés. Me gustaría saber cuántos no lectores de los que no tienen tiempo se han iniciado en la lectura en estos primeros días de confinamiento. Pero si hay algo que me ha sorprendido gratamente ha sido la necesidad que todos tenemos de la presencia física, del contacto, de la vida real. Acostumbrados como estamos en los últimos años a una existencia virtual en las redes sociales, en el WhatsApp, en los móviles; hemos descubierto que no hay nada como el contacto humano. La población está deseando que den las ocho de la tarde para salir al balcón y a las ventanas a aplaudir. Lo hacen motivados por ese reconocimiento a los sanitarios, pero en realidad, estoy convencida de que desean comprobar que detrás de esos cristales, de esas fachadas hay otros seres humanos semejantes a uno mismo. Si dijeran vamos a salir cada hora a aplaudir porque sí, saldríamos, para volver a vernos. Aunque estamos conectados con todo el mundo con nuestros móviles, ordenadores y tabletas; necesitamos la presencia del otro: su mirada, su olor, sus movimientos; en fin, su esencia real. Para aquellos que vivimos solos, este cautiverio se convierte en un encierro un tanto doloroso por esa carencia de achuchones, mimos y besos. Los abrazos y caricias se han vuelto elementos de primera necesidad, muy por encima del gel hidroalcohólico y las mascarillas. (No voy a hacer la broma del papel higiénico). Me temo que el día que podamos saltar la barrera del metro y medio, nos lanzaremos al cuello y los brazos del primero que veamos pasar por la calle. 
Me pregunto si cuando termine esta crisis del coronavirus volveremos a nuestras vidas virtuales, sin relaciones vecinales. Si cerraremos otra vez nuestros balcones y ventanas y dejaremos de compartir y ofrecer todo lo que se nos ocurre que puede ser bueno para los demás. La memoria es frágil y me temo que olvidaremos el placer de relacionarnos en carne y hueso.