Carmen Hernández

Carmen Hernández

Periodista


Riña de gatos

09/11/2019

Estanislao Figueras, presidente de la I República Española, harto de disputas interminables entre partidos, facciones y familias políticas, se plantó en la tribuna de las Cortes y dijo: «¡Señores diputados, estoy hasta los cojones de todos nosotros!», y se marchó a París. Esta historia empieza cinco años antes, con La Gloriosa Revolución de 1868 que puso de acuerdo a una gran mayoría de grupos para echar a Isabel II del trono y acabar con la corrupción galopante de los Borbones y sus gobiernos que había llevado al país a una gravísima crisis económica y social. Pero ese fue el único acuerdo de estado, una especie de moción de censura a lo bestia; después, monárquicos, republicanos, alfonsinos, federalistas, liberales… no fueron capaces de pactar cómo modernizar el país y no lo hicieron porque no les preocupaba tanto la situación de España como alcanzar el poder. Trajeron a Amadeo de Saboya que duró dos años como rey intentando formar un gobierno de coalición pero los conservadores se negaron a hablar con progresistas y radicales -ya saben, las ‘líneas rojas’ y el ‘cordón sanitario’- y Amadeo tuvo que abdicar. Su discurso de renuncia fue, quizá, la más lúcida de sus actuaciones. Dijo aquello de todos los que «agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien y, entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos (…) es imposible hallar remedio para tamaños males».
La República se proclamó el 11 de febrero de 1873 y, al día siguiente, la Diputación de Barcelona proclamaba el Estado Catalán. Solo los telegramas de Pi y Margall que era de allí y ministro de Gobernación hicieron desistir a los promotores pero, en el resto del país, se desarrolló también un fuerte movimiento cantonal federalista mientras, en Madrid, no acertaban a formar un gobierno estable.¡Viva Cartagena!