Loli Escribano

SIN RED

Loli Escribano

Periodista


Efecto placebo

28/08/2020

Seis meses después seguimos sin poder entrar en los centros de salud ni en los hospitales a menos que sea algo realmente necesario. Esta apreciación, la del «realmente necesario», pone de manifiesto que hasta el mes de marzo, muchos ciudadanos íbamos a nuestros centros sanitarios como el que va al mercadillo a dar vuelta y cotillear un poco. La pandemia ha servido para descubrir muchas cosas, entre ellas el abuso que la ciudadanía en general ha hecho de la sanidad pública. Especialmente en atención primaria. Si ahora los centros de salud siguen prácticamente vacíos y antes estaban casi colapsados, es evidente que en muchas ocasiones se pedían citas de manera innecesaria. El efecto placebo de una consulta, de una bata blanca, del olor a hospital, del baja lenguas con su correspondiente «diga 33», del fonendoscopio colgado del cuello del médico ha sido durante décadas suficiente para que muchos pacientes se pasearan por salas de espera y consultas con la intención de resolver problemas de salud que quizá no eran tan graves. En los pueblos pequeñitos, los consultorios han sido durante años el espacio en el que poder entablar una conversación o sentirse acompañado. La soledad rural de nuestra despoblada Soria es en tan dura en la vejez que se ha combatido durante décadas frente al médico o la enfermera. Esas salas de espera rurales que servían para saber si la Paca había ido a Soria a comprar, si la Pilar había llevado un centro de flores precioso para llevarlo al cementerio (que en paz descanse el difunto Pedro) o si al Eulalio se le habían echado a perder los tomates por el pedrisco. Los sanitarios de atención primaria, y sobre todo los del medio rural, han sido en los últimos tiempos psicólogos, confesores y cómplices de nuestros ancianos. Todos ellos con más paciencia que el Santo Job.
Ahora, con las limitaciones que impone el Covid, nos hemos quedado sin la posibilidad de ver a nuestro médico cada vez que nos pica un pie. Ahora llamamos para que nos llamen. En el mejor de los casos conseguimos que nos atiendan al cuarto día de escuchar repentinamente la cantinela de «si quiere pedir cita con su médico pulse 1, si quiere cita con la enfermera, pulse 2». Y cuando por fin conseguimos contactar nos dicen que ya nos llamará nuestro médico. Al cabo de las horas o al día siguiente, nuestro doctor nos llama y nos dice que si nos pica el pie nos rasquemos cuando antes hubiéramos estado media mañana esperando en la sala de espera, después media hora contándole  nuestra vida para, al fin, recetarnos alguna pomada que aliviara el picorcillo y «si dentro de cinco días no se te pasa, vuelves». Y volvíamos. Ahora tendremos que buscar el efecto placebo en la voz metalizada del sistema automático de cita previa.